“Los libros no muerden” era el eslogan de una promoción que perseguía motivar el hábito de la lectura en la década de los 70, en la República Dominicana.
A la postre, quienes éramos niños, y gracias a la motivación de los padres, maestros y otros familiares, logramos tomar algún amor a la lectura, hoy podemos afirmar que es cierto. Los libros no muerden.
Lejos de morder, contribuyen a abrir el cerebro y mostrar que lejos de nuestras narices hay un mundo fascinante al cual podemos accesar, que existen curas para enfermedades que se creían incurables, que el mal de ojo no necesariamente existe, así podemos descubrir que dejar de ser ignorante es una bendición.
La educación limitada que nos ofrece la televisión o el diálogo con otros ignorantes nos oprime y nos mantiene en un círculo de analfabetismo funcional, pero además nos hace arrogantes y prepotentes.
Es preocupante que la generación que está creciendo cada vez es más despreocupada, pero cómo motivarlos.
Muchos padres analfabetos que entendían las implicaciones de no haber estudiado por no tener acceso a la educación, pero que tenían la ambición de crecer, se preocuparon por motivar a sus hijos.
Lo que quiere decir que es fundamental que haya la ambición de crecer para lograr sembrar esa semilla en ellos mismos y en los demás, en especial los hijos.
Para quien ha tenido cierto desarrollo formativo y educativo es un reto indescifrable tener que coexistir de igual a igual con quienes ni siquiera son capaces de reconocer su pobreza mental. El ejercicio de humildad y paciencia es permanente.
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