jueves, 10 de febrero de 2011

Los amos, no los amos


¿Qué tanto debo amar a mis hijos? ¿Qué tan incondicional hemos de ser con esas criaturas?

¿Qué tan saludable es para su desarrollo y su vida adulta? Son algunas de las preguntas que los padres de todos los tiempos hemos de hacernos, pero especialmente los de hoy, cuando escuchamos una y otra vez expresiones como: quiero que tengan todo lo que no tuve. Sin embargo, ¿cuán bueno es eso que no tuve? también es una cuestión importante.

Cuando un amigo o pariente nos llama la atención porque los roles se intercambian entre hijos y padres, donde los adultos solo son suplidores y las decisiones van al ritmo de los hijos. No es raro que el adulto se sienta recriminado e inicie una explicación sobre el comportamiento del pequeño manipulador, pero lo que a veces los padres no entienden es que quien da un toque de alerta no es el afectado, el único perjudicado, a largo plazo, es el hijo.

Cuando protegemos a los hijos tan férreamente, no calculamos que no estaremos para siempre y que en algún momento ese muchacho tendrá que enfrentar el mundo sin nuestra protección y será muy vulnerable a los factores externos, donde los demás no tienen porqué ser tan complacientes a sus deseos o requerimientos.

Hay padres que aplican modelos de limitaciones en el trato con sus hijos, aun cuando sus recursos les permiten ser más generosos, como un mecanismo de ayudarlos a enfrentarse a los verdaderos retos que están fuera del hogar.

A veces el verdadero amor es no darles a nuestros hijos eso que ellos piden, aun cuando queremos creer que es justo, algo dentro de nosotros dice que no. Y si no sabemos cómo negarles sus deseos es el momento de pedir ayuda especializada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario